l despertar del mundo y el Pozo de la Eternidad es parte del Capítulo I de la Historia de Warcraft aparecida en la página web de World of Warcraft. Se trata a su vez de una revisión de la historia recogida en el manual de Warcraft III: Reign of Chaos adaptando los nombres de las razas a como se llaman en la actualidad y corrigiendo algunos fallos como por ejemplo en la primera frase donde se decía en su día erróneamente que eran cien años el tiempo transcurrido desde esta época a la Primera Guerra.
Diez mil años antes de que los orcos y los humanos se enfrentaran en la Primera Guerra, el mundo de Azeroth era un vasto continente rodeado por mares infinitos. Aquella masa de tierra, conocida como Kalimdor, albergaba numerosas razas y criaturas dispares, pugnando por sobrevivir entre los salvajes elementos del mundo naciente. En el centro del continente oscuro había un lago misterioso de energías incandescentes.
El lago, conocido posteriormente como el Pozo de la Eternidad, fue el corazón de la magia y de los poderes naturales del mundo: Absorbiendo la energía de la Gran Oscuridad infinita del más allá, el Pozo actuaba como fuente mística, lanzando sus poderosos flujos por todo el espacio, diseminando la vida en todas sus formas, variadas y sorprendentes.
A través del tiempo, una tribu primitiva de humanoides nocturnos llegó cautelosamente hasta los confines del fascinante lago encantado.
Los nómadas humanoides ferales, atraídos por las extrañas energías del Pozo, fabricaron rudimentarias casas junto a sus serenas orillas. Con el paso del tiempo, el poder cósmico del Pozo afectó a la extraña tribu, haciéndola fuerte, sabia y prácticamente inmortal. La tribu adoptó el nombre de kaldorei, que en su lengua significaba "hijos de las estrellas". Para celebrar el nacimiento de su sociedad, construyeron magníficas estructuras y templos en la periferia del lago.
Los kaldorei, o elfos de la noche, tal como se les conoció posteriormente, adoraban a la diosa de la luna Elune, convencidos de que, durante el día, dormía en las refulgentes profundidades del Pozo. Los antiguos sacerdotes y videntes de los elfos de la noche estudiaron el Pozo con insaciable curiosidad, dedicándose a desentrañar sus insondables secretos y poderes. A medida que su sociedad prosperó, los elfos de la noche exploraron las tierras de Kalimdor y descubrieron a sus innumerables moradores.
Las únicas criaturas que les dieron tregua fueron los antiguos y poderosos dragones. Aunque las enormes bestias serpenteantes solían recluirse, ayudaban en gran medida a proteger las tierras conocidas de potenciales enemigos. Los elfos de la noche creían que los dragones se consideraban los protectores del mundo y que era mejor dejarlos solos con sus secretos.
Con el tiempo, la curiosidad de los elfos de la noche les condujo a conocer y entablar amistad con diversos seres poderosos, entre los cuales estaba Cenarius, un semidiós de los bosques primigenios. El benévolo Cenarius simpatizaba con los inquisitivos elfos de la noche y pasaba largas horas instruyéndolos en el conocimiento del mundo natural. Los serenos kaldorei desarrollaron una fuerte empatía por los bosques vivientes de Kalimdor y se deleitaban en el armonioso equilibrio de la naturaleza.
Sin embargo, con el paso del tiempo, que parecía eterno, la civilización de los elfos de la noche se expandió territorial y culturalmente. Sus templos, caminos y viviendas poblaban la totalidad del continente oscuro. Azshara, la bella e inteligente reina de los elfos de la noche, construyó un magnífico e inmenso palacio a la orilla del Pozo, en el que habitaba su servidumbre selecta, rodeada de fastuosas riquezas.
La selecta servidumbre, llamada Quel'dorei o nobleza, estaba al servicio de la reina y se consideraba superior al resto de sus hermanos de casta inferior. Si bien la reina Azshara era amada por todos sus súbditos, la nobleza era odiada en secreto por las masas envidiosas.
Azshara, que compartía con los sacerdotes la curiosidad por conocer los secretos del Pozo de la Eternidad, ordenó a la educada nobleza que desentrañara sus misterios y los difundieran por todas partes.
Los nobles se enfrascaron en su trabajo y estudiaron el Pozo incansablemente. Con el tiempo, desarrollaron la habilidad de manejar y controlar las energías cósmicas del Pozo. A medida que sus insensatos experimentos avanzaron, los miembros de la nobleza advirtieron que podían usar sus nuevos poderes para crear o destruir a voluntad. Los desafortunados nobles se tropezaron con la magia primitiva y habían resuelto dominarla.
Si bien sabían que, si se manipulaba irresponsablemente, la magia era inherentemente peligrosa, Azshara y sus nobles empezaron a practicar sus hechizos con imprudente abandono. Cenarius y muchos de los viejos y eruditos elfos de la noche advirtieron que jugar con las volátiles artes del encantamiento solo podría traer la ruina. Pero Azshara y sus seguidores continuaron extendiendo tenazmente sus incipientes poderes.
A medida que sus poderes crecieron, se produjo un cambio evidente en Azshara y los nobles. Los altivos y distantes aristócratas se volvieron cada vez más insensibles y crueles con los demás elfos de la noche. Un oscuro y perturbador manto envolvió la otrora fascinante belleza de Azshara. Se distanció de sus súbditos más cercanos y se negó a tratar con nadie que no fuera sus fieles sacerdotes aristócratas.
Un joven y audaz estudiante llamado Furion Tempestira, que había dedicado gran parte del tiempo al estudio de los efectos del Pozo, empezó a sospechar que un terrible poder estaba corrompiendo a los nobles y a su amada reina. Si bien consideraba inconcebible el mal que los acechaba, sabía que las vidas de los elfos de la noche pronto cambiarían para siempre...