DIA 49: CAZADOR
Sus pasos tenían una ligera cojera en su pierna derecha lo que le forzaba a tener que apoyarse por momentos en un enorme oso pardo que no se le despegaba por nada. A primera vista, y en la posición en que me encontraba, diría que no pasaba más de los 30 años de vida Enana.
Provisto de enormes pieles que le cubrían casi todo el cuerpo, él solo dejaba al descubierto su enrojecido rostro. No era como Ironus, pues el sujeto que se me iba acercando lentamente era mucho más joven que el maestro forjador; sin embargo, algunos rasgos compartían como la mirada severa y profunda.
Mirándome desde abajo pude notar que también estaba ciego de un ojo, el diestro para ser más preciso, observándome con su ojo perlino y maltratado mis intentos por querer zafarme de la cuerda que me tenía suspendiendo en el aire.
—Tú no eres un conejo —, rezongó, —solo me sirven los conejos —dijo, mientras volvía la mirada hacia la rama que sostenía el otro extremo de la cuerda.
Antes de que proceda a desatarme volvió a mirarme otra vez de manera desconfiada: “¿Te ibas a comer mi comida?”, reclamó, dejando en suspenso mi liberación.
Por un momento pensé en responderle que no, pero luego pensé que tal vez me preguntó para saber si era una persona confiable y de fiar. Miré mis cosas desperdigadas por todo el suelo y cómo el enorme oso iba olfateando cada una de ellas; su tamaño era sumamente imponente y fácilmente serviría de bocado para el animal.
—Sí —, le grité desde mi incómoda postura, —la verdad tengo mucha hambre, no he comido desde hace días y el olor de tu olla me atrajo —.
Todo eso era cierto, añadiendo todo lo que había pasado los días previos antes de caer rendido en mi mecazancudo.
—¿Si te libero, pequeño gnomo, no me vas a atacar? —, volvió a inquirir, sintiendo que en sus palabras se escondía algo de burla pues la condición en la que me encontraba me colocaba en plena desventaja.
—¡Si miento que me coma tu oso! —, repliqué, —¡prefiero que me coma un oso a morir de hambre!
El cazador sonrió para sí.
—Por tus pertenencias, que no son muchas, veo que eres un mago. ¿Acaso no sabes crearte comida y agua como los demás de tu clase?
—¡Soy un aprendiz! —, volví a gritar, algo irritado ya.
—¿Aprendiz? Ese hermoso bastón que no deja de iluminar dice todo lo contrario.
—Te juro por todo lo que me queda que soy un mago aprendiz, estoy de camino a Dalaran a recibir entrenamiento; y no, aún no sé conjurar comidas o bebidas.
—¿Puedes volar?
Antes de que responda su impertinente pregunta el cazador de un solo corte me liberó de mi atadura, cayendo pesadamente al suelo. Mareado y adolorido por el impacto lo oí romper en carcajadas en un rincón, y casi de inmediato su oso se acercó a olfatearme.
—Tranquilo, Denzi, el gnomo no miente, déjalo en paz —, ordenó el cazador a su bestia. El oso pardo obedeció regresando hacia su amo que ya lo esperaba recostado en un árbol.
—Come, come todo lo que puedas, y cuando ya te sientas satisfecho mi oso te llevará en su lomo a mi guarida.
Dudé por un momento de sus palabras, pero el hambre podía más y casi arrastrándome volví a coger mi cucharon que se había quedado botado para llenarlo de caldo y carne deshilachada. Comía y miraba de reojo al cazador, que para ese momento se encontraba entretenido limpiando su escopeta, ignorando casi mi presencia.
Ya saciada mi hambre, volví a ver qué estaba haciendo el cazador, encontrándolo en la misma posición de un principio, y junto a él su enorme oso durmiendo. Me tendí en el suelo, satisfecho y repleto, sintiendo que poco a poco mi cuerpo adelgazado iba cayendo en un reponedor sueño.
Al día siguiente, efectivamente me encontraba en una pequeña cueva condicionada con algunas comodidades como una enorme manta que servía de cama, un mechero, herramientas, trampas, un rústico horno con algunos leños ennegrecidos. El ambiente sombrío y mi condición algo debilitada me dificultaba ver con claridad más allá de la simple vista, sin embargo, casi en un lugar apartado, pude reconocer mi morral y a Helifer que ofrecía una tenue luminosidad parpadeante. Miré de un lado a otro y no veía al cazador, entendiendo que en ese momento me encontraba solo en su guarida.
Me recompuse para coger mis pertenencias y comprobé que todo estaba en su lugar, incluso las monedas de oro que aún me quedaban. Ya acostumbrado a la oscuridad del lugar volví a repasar nuevamente el ambiente. No habían cosas de valor, no habían armas, ni pieles, ni animales que hubiera recogido el cazador. De pronto escucho un paso cansino acercarse, y detrás de él el gruñir de su bestia.
—Hola, aprendiz de mago, ¿dormiste bien? —, me preguntó, regalándome una sonrisa casi imperceptible. —Por si te preguntas me llamo Atelmir, y sí, soy un cazador, pero no de los que te imaginas; yo alguna vez quise ser importante en este mundo, pero ya lo ves, ahora estoy ciego de un ojo y cojo de una pierna. Nadie busca cazadores en esas condiciones —me dijo mientras se palmoteaba la pierna coja con su mano — en este mundo donde todos buscan algo más de sus posibilidades, así como tú.
—Yo quiero convertirme en un mago y me dirijo a ello, pero a ti qué te impidió. Y, por cierto, gracias por la hospitalidad.
—Ninguna hospitalidad —repuso Atelmir, socarronamente, —de haber sido un conejo no tendríamos estar conversación, y bueno, tiempo que no converso con alguien más que no sea mi oso, aunque admito que tengo con él acaloradas y profundas disertaciones.
Respondiendo a tu inquietud —hizo una pausa —, verás, las cosas no son como te las pintan. Un día eres el orgullo de tu comunidad y al otro todos te miran con lástima. En este mundo solo somos piezas sustituibles de los que verdaderamente tienen el poder. No te dejes enamorar por promesas increíbles, por hazañas que aguardan más allá de estas montañas. Mira qué fácil has caído en mi trampa. ¿Acaso crees hacer la diferencia?
Lo miré algo confundido por todo lo que decía, sentía indudablemente en sus palabras mucha desilusión y dolor. Prosiguió con su discurso.
—No era mi intención seguirte, la verdad que no, sin embargo, tus movimientos erráticos y cansinos me hicieron preguntar hace unos días atrás en qué momento te ibas a caer desde un barranco. Has tenido mucha suerte hasta el momento.
—¿Me venías siguiendo, dices? —, pregunté sumamente intrigado, abriendo de par en par mis ojos.
—Pues sí y ni cuenta te diste. Tengo que reconocer que tu condición debilitada te hacía una presa sumamente fácil… si yo hubiese sido tu enemigo. Te repito, esta conversación ni siquiera se hubiera dado.
Dejé de hablar por unos instantes, y mientras duraba mi mutismo se me vino a la mente varias cosas como salir corriendo o atacarlo con todo el resto que me quedaba, pero el cansancio y mis nulas fuerzas me hicieron desistir de toda escapatoria.
—Entonces lo de la olla…
—Fue una invitación —, me dijo, despegando la vista de mi ubicación para ir a buscar un poco de tabaco en uno de esos cajones atiborrados.
—¿Una invitación?
—Pero claro, muchacho, ¿sino cómo crees que iba a evitar que te mueras?
Seguía sin entender, pero mientras duraba la charla entendía que aquel enano cazador no era un enemigo. Tampoco yo representaba para él un rival ya que sin ninguna complicación su enorme oso pudo hacerme pedazos hace mucho.
Encendió su pipa, dándole una profunda pitada que iluminó por un instante ese apagado ambiente. Luego de ello volvió a darme la espalda para seguir buscando entre los cajones amontonados.
—Aquí está —dijo, girando otra vez hacia donde estaba sentado —. Toma, creo que esto te servirá más que a mí, si logras descifrarlo.
Extendió su brazo entregándome un pergamino. Era un conjuro para crear comida. La escritura no se dejaba leer por la oscuridad, así que le pedí que me acerque a Helifer hacia mi costado. El bastón inmediatamente incrementó su fulgor, permitiéndome así comprender su contenido.
—Es un hechizo muy poderoso para mi nivel —repuse lamentándome.
—Entonces te sugiero que lo guardes bien, muchacho. Más adelante no estaré para salvarte una vez más —, sostuvo, poniéndose de pie con algo de dificultad —. Te dejo descansar, estaré afuera revisando si algún conejo cayó en alguna de mis trampas.
Y fue así como se dio media vuelta, dejándome otra vez solo en la oscuridad. Volví a recostarme en las mantas, repasando aquella curiosa conversación hasta que sin darme cuenta otra vez mis ojos se cerraron.
Horas después, ya de noche, recompuesto un poco más, decidí salir al exterior, encontrándome con Atelmir sentado en una roca, afilando su cuchillo. La ventisca había menguado y se podía apreciar una noche despejada y serena.
—¿Descansaste bien, muchacho? Por cierto, aún no me has dicho tu nombre —, me dijo sin dejar de sacarle filo a su arma.
—¿Acaso no tienes miedo de que te ataque o te haga algo? ¿Por qué siempre me hablas sin mirarme o como si no estuviera delante tuyo? —, respondí, tratando de no exasperarme, aunque en mi intento mi voz fue más enérgica que de costumbre.
—Ven, siéntate aquí, muchacho —, me dijo, señalando el lugar con la mirada —. Hizo una breve pausa mirando el firmamento, como tratando de buscar algo en concreto o solamente estaba recordando algo. —La noche será larga y veo que estás con un poco más de energía; déjame contarte una historia, prometo no aburrirte más de lo que estás.
Y a continuación el cazador comenzó con su relato.