Memorias nocturnas
En las noches mi mente se pierde entre los recuerdos, sondeando laberintos sin salida. Mientras escribo sostengo la pluma, pero no la siento, como si no estuviese entre mis dedos. El silencio de la muerte me rodea, sin embargo no me perturba. Convertirme en alguien casi sin sentimientos, sin temor, me llevó mucho tiempo y por supuesto no fue gratis. Debería remontarme a mi juventud para recordar la última vez que mis manos temblaron y que mi corazón se agitó... la última vez que sentí miedo.
La mañana era tranquila,salí de mi habitación y pude ver a mi hijo Thorek comiendo una hogaza de pan con un poco de carne seca.
-Ven a comer papá- me dijo.
-No puedo, debo ponerme a terminar unas herraduras-. En realidad no lo acompañana porque era el único pan que nos quedaba y no podía comprar más hasta vender algunos herrajes. Con la muerte de mi esposa comencé a sentir una gran depresión y me costaba hacer los trabajos.
Me dispuse a salir de mi casa, cuando empecé a escuchar unos gritos. Abrí la puerta y vi gente corriendo, con miradas de terror en sus ojos. En el cielo se podía distinguir una columna de humo que provenía de la otra punta de la ciudad.
-¡Entren a sus casas! ¡Y no salgan!- gritó un miliciano, como advertencia.
Me encerré sin saber que sucedía. Clavé unas maderas en la ventana y en la puerta, luego llamé a mi hijo para que no se alejara.
Paso el tiempo. De pronto hubo un momento de tranquilidad. Cesaron los gritos. Miré a través de una hendija y vi muchos muertos en el suelo. Unos escalofríos recorrieron mi espalda. No sabía lo que había sucedido, simplemente estaban en el piso, silenciosos.
Sin embargo la calma duró poco, pasados unos minutos los cadáveres comenzaron a cobrar vida. Se levantaban y empezaban a deambular, chocandose contra las paredes y las puertas de las casas. A pesar de los embates, no llegaban a entrar en los hogares de las familias que se habían encerrado, pues la mayoría había apuntalado las puertas.
Fue en ese momento de incertidumbre que empezó a vibrar el suelo, como si un gigante se acercara. El sonido era uniforme, definitivamente eran pasos. Intenté mirar hacia un costado y pude ver de qué se trataba. Una abominación putrefacta se acercaba. Estaba formada por pedazos de cuerpos unidos con costuras. En un brazo sostenía una cadena con un gancho en la punta, en otro un hacha y un tercer brazo sobresalía de su espalda con el cual sujetaba una cuchilla ensangrentada. Una magia profana le daba vida, puesto que sus tripas colgaban de su estómago mientras largaban ácido, algo imposible para un ser vivo.
La abominación se acercó a la casa del frente y lanzó su enorme gancho hacia la puerta, cuando se clavó, jaló hacia atrás con enorme fuerza. Las maderas de la puerta volaron, llenando de astillas la calle. Del hogar salieron corriendo una pareja de ancianos, que rápidamente fueron encerrados por los no-muertos. Los arrojaron al suelo y comenzaron a masacrarlos.
Me alejé de la ventana horrorizado. Estaba estupefacto. Me volví hacia mi hijo y lo noté pálido de temor, temblando y lleno de sudor. No hice mas que arrodillarme y abrazarlo. Sabía que no había escapatoria.
Empecé a sentir nuevamente la vibración en el suelo. La mole de carne se acercaba a nuestra puerta, pronto estaríamos siendo mutilados por ese engengro maligno. Me decidí a luchar hasta el final, tomé la maza con la que trabajaba y me planté frente a la puerta.
Las pisadas se sentían más cerca. El tiempo pasaba lento, pero inexorable. Los pasos se detuvieron. Sabía lo que venía después. El enorme gancho atravesó la puerta, luego fue arrancada violentamente. Dos no-muertos entraron, pero me deshice de ellos con mi maza, tres más vinieron y también los despaché. Entonces comenzó a avanzar la abominación.
Se acercó a la puerta y se disponía a darme un golpe mortal, cuando vi una enorme lanza atravesar su cabeza. La mole se desplomó. Fui corriendo hacia afuera.
-¡Matenlos a todos!- era la voz de nuestro príncipe. Alli estaba, imponente como siempre. Lo rodeaban los soldados de Lordaeron, que iban limpiando la zona.
-¡Vienen a salvarnos!- le dije con una alegría renovada a Thorek. El estaba sentado en el suelo, aun más pálido que antes. Lo hice salir hacia la calle, para que viese el uniforme de los soldados. Caminó con dificultad y permaneció a mi lado. En eso se acercó un soldado y nos observó.
-¡Aquí hay uno!- dijo exaltado sin quitarnos la vista de encima. Rápidamente sacó una daga y le corto el cuello de oreja a oreja a mi hijo.
Un frenesí incontrolable se apoderó de mi, tomé la maza y se la enterré en el cráneo al soldado. No sabía que sucedía, pero tampoco me importaba, me habían arrebatado lo mas importante que tenía. Otro uniformado se acercó y le partí la columna de un solo golpe. De pronto sentí un calor intenso en la espalda y vi como una espada empapada en sangre sobresalía de mi panza. Me separé como pude, me di vuelta derribando al agresor y comencé a alejarme.
Seguí caminando. Con las pocas fuerzas que tenía logré llegar a uno de los bordes de la ciudad, donde mi cuerpo se rindió. Mientras estaba acostado contra una fría pared de piedras, sosteniendo mi herida, la muerte me alcanzó. El mundo se oscureció ante mis ojos, hice una última exhalación y finalmente morí.
Lo siguiente fue vagar entre las sombras, intentando abandonar ese lugar maldito. Pero la luz se me hacía esquiva y el tiempo incomprensible. Por alguna razón estaba anclado a ese lugar.
No se cuanto pasó. Pero una noche sucedió algo. De pronto sentí un dolor infinito, como si se rasgara mi alma. Volví al mundo, pude ver. Un exánime se alzaba frente a mi.
-¡Levantate!- me dijo. Su rostro era una enorme calavera y lo rodeaba una luz mortecina. Intenté no hacer caso, pero alguien con una voluntad inconmensurable respaldaba sus palabras. Mi mente y mi alma fueron invadidas por una magia imposible de detener. Mi suerte estaba echada.-Ahora sirves al Rey Exánime, Maynard.
A partir de ese momento nada fue igual. Me convertí en una máquina de matar. La sangre de los inocentes bañaba mi espada y no podía hacer nada para evitarlo. Era una marioneta destinada a portar dolor y sufrimiento, a extender muerte y putrefacción en el mundo.
Al principio solo se trataba de escaramusas aisladas. Se nos ordenaba asaltar poblados pequeños. Luego empezamos a ir a algunas ciudades más grandes. Pero pronto el conflicto comenzó a escalar. Devastabamos territorios por completo. Hasta llegamos a reducir a cenizas una fortificación entera de la Cruzada Escarlata. Las víctimas eran incontables y nuestra fuerza imparable. Mientras más luchaban, eran más los que se unían a nuestro bando. Nuestro ejercito se alimentaba de los muertos y era cada día más grande.
Sin embargo la fortuna me tomó por sorpresa, cuando el Rey Exánime nos ordenó avanzar sobre la Capilla de la Esperanza de la Luz. Allí recuperé mi libertad. Pude sentir que me reencontraba con mis memorias, que volvía a pensar. Aquel día entendí que el destino me había llevado a ese instante por alguna razón. Tenía entre manos un deber al que no podía renunciar. Ahora mi maldición se convertiría en una herramienta para enmendar las atrocidades que cometí.
Ya han pasado muchos años de esos acontecimientos. Mañana me espera una gran batalla, que espero sea la última. Pero en esta noche silenciosa, mientras siento la muerte deambular por los pasillos, debo escribir. Para recordar que mi mente es libre de quienes me subyugaron y que mi alma aun está ligada a los que amé.
Escrito por Maynard