Autor Tema: Septi el corrompido  (Leído 7639 veces)

Ragnaroc

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Septi el corrompido
« en: 18 Mayo, 2015, 19:12:23 »
Aun recuerdo el día en el que conocí a mi Bryxia.
  Por aquel entonces yo era un chico normal, hijo de una familia de elfos nobles, ahora simplemente conocidos como elfos de sangre o como escoria si así prefieren llamarlos.
  Me crié en el seno de una familia apta para la hechicería, ¡qué tonterías digo! Todos nosotros éramos aptos para la hechicería. Los bebés ya nacían lanzando magia arcana por las orejas.
  Nuestra sociedad era ideal. Los más aptos para la magia se hacían poderosos en la sociedad mientras los demás se limitaban a ganarse la vida como podían. Yo no era de los poderosos, ni de los débiles, yo siempre estuve más o menos en esa franja, un muchacho cuyo destino sería el de muchos otros…
  Mis padres se sacrificaron mucho para que pudiese entrar en una prestigiosa academia de magia, a las afueras de la ciudad. Un lugar bonito en primera línea de playa en el que los estudiantes trabajábamos disfrutando del aroma a mar, del sonido de las olas y de los gráciles felinos únicos de nuestras tierras élficas.
 La magia no era una facultad en la que fuese un superdotado, pero me esforzaba todo lo posible para compensar el sacrificio de mis padres.
  Todo cambió cuando me quedé a practicar un hechizo bastante complicado después de clase con mis compañeros mientras el profesor se iba a Lunargenta a buscar unos componentes que le hacían falta. Después de que se fuera, nos pusimos a ojear en su estantería  de libros en busca de algo interesante. “Artes oscuras: Demonología” rezaba uno de los libros, su jugosa portada encuadernada en piel de demonio nos puso la carne de gallina y nos trajo una sensación curiosa, exploradora, un sentimiento que solo puede aplacarse mirando más allá.
  Eso hicimos.
  Nadie quería tocarlo por miedo a una represalia del profesor, pero todos querían ver qué había escrito en el libro. YO lo abrí por la página que explicaba como invocar a un súcubo. Un hechizo que por aquel entonces era más complejo, pues no se tenía un contacto con la Legión tan íntimo como el que tuvimos en Terrallende. Por fortuna o por desgracia, en nuestra academia había suficientes materiales de todo tipo como para completar el ritual y, tras reunirlos todos, dimos comienzo. Algunos se asustaron de lo que podría pasar, otros se vieron curiosos y otros envalentonados, aunque los más veteranos estudiantes que ya habían oído hablar del aspecto lascivo de la diablesa simplemente querían tenerla para ellos y para obligarla a hacer todo tipo de cosas que las alumnas no querían hacer. Por el contario yo tenía que estar concentrado en arrancar al demonio del vacío abisal. Fue entonces cuando todo cambió.
  Mi alma atravesó el plano físico y se perdió en el vacío, el mismo que utilizan los chamanes para trasladarse hasta su hogar, solo que yo no era un chamán. No tenía ni el poder ni los conocimientos necesarios para hacer lo que hacían ellos y, por aquel entonces, no nos daban clases de brujería y no había chamanes capaces de ayudarme, así que estaba solo.
  Soledad. Soledad. Soledad. Pasé eones encerrado en los abismos de mi mente y del plano astral. ¿Cómo estarían los demás? No lo sabía, aunque dejó de importarme a los primeros meses. Después, me desesperé y comencé a vagar de un lado a otro con una sensación mucho más compleja que el miedo; mi alma no podía morir y no era capaz de salir de allí, me quedaría  encerrado durante toda la eternidad. Caí en un estado de shock que me nubló la mente durante años. Pero comprendí que, si había logrado entrar, encontraría la forma de salir.
  Da igual a donde anduviese, todo era lo mismo, oscuridad a mi alrededor. Por culpa de mis compañeros había terminado en ese lugar. Todo era su culpa, ¿o era culpa del profesor por habernos dejado solos con un libro de demonología? ¿O era la sociedad por no habernos prevenido sobre la invocación de demonios? ¿O era yo por abrir el libro?  En respuesta, me escuché a mi mismo decir: todos somos culpables.
  Los siglos pasaron en silencio. Con tanto tiempo y calma pude estudiar mi vida pasada a fondo. Siempre había sido débil porque había buscado la fuerza en los libros que explicaban la naturaleza de todas las cosas. Pero, ¿y si buscaba la fuerza en la nada? El poder incomprendido de la absoluta oscuridad que hasta el momento nadie había pensado utilizar. Yo sería el primero y, con suerte, el último. La infinidad del vacío sería mía, ¡sí!  Como si tomara energía arcana de la fuente, empecé a drenar la energía astral.
  La sensación de un poder ilimitado recorriendo mis venas me enloqueció por unos instantes. Nunca me había sentido tan bien en toda mi vida.
  La habitación tembló un poco y todos se callaron. ¿Qué? Desperté de mi trance en la misma habitación de la que me había ido, eones atrás. Mis compañeros y yo estábamos en la habitación como si nada hubiera pasado, eso podría significar que el tiempo que recorre ambos mundos es diferente. ¿¡Y mi poder!?Quizás, solo quizás, mi alma se había vuelto infinitamente más poderosa en el vacío mientras que mi cuerpo se había mantenido igual de débil durante el tiempo que duró el ritual. Si eso era así, tan solo tendría que encontrar la forma de volver al vacío, esta vez con mi cuerpo físico para captar toda su esencia. Pero solo ha habido un ente lo suficientemente poderoso como para hacer eso, Sargeras el titán caído.
  Le encontraría y le ofrecería mi voluntad. Solo tenía que esperar su regreso hasta entonces.  Volví la mirada al frente de la sala y me los encontré a todos atónitos mirando a una forma extraña en medio de la habitación.
  Ante nosotros, el cuerpo seductor y diabólico de la mujer se había manifestado con toda su belleza. Los hombres e incluso las mujeres quedaron encandilados por la luz antinatural de sus ojos y por sus curvas, perfectas y proporcionales. Me dieron ganas de abalanzarme sobre ella y empezar a sobarle todo el cuerpo hasta que no quedara ninguna región sin explorar, pero me abstuve. ¿Por qué? Porque otro poder me había seducido antes que ella. Mis amigos si siguieron su instinto y fueron hasta la diablesa.
   El súcubo abrazó los cuerpos de mis amigos y comenzó a juguetear y a trastear con ellos como si fueran muñecos. Todos parecían divertirse cuando ella rozaba zonas que aun no me habían rozado a mí, cuan fue su sorpresa cuando descubrieron que no podían parar. La cosa fue a más y pronto se montó frente a mis ojos una gran orgía y descontrol impropio de una clase de estudiantes de la prestigiosa academia.
  Mis compañeros comenzaron a insultarme y a reírse mientras el demonio succionaba hasta el último de sus… no merece la pena ni describirlo.
  Pero el momento más emocionante fue cuando mis compañeros comenzaron a caer uno a uno. Los demás pensaban que estaban extenuados, cuando en realidad, ya estaban muertos.
  Antes de que pudieran darse cuenta, el súcubo ya les había drenado el alma a todos ellos. Era mi turno.
  La súcubo, sin girarse, me preguntó: “¿No me deseas?”.
Claro, ¿cómo no iba a desearla? Le dije que por supuesto la deseaba. Creo que la diablesa se quedó atontada por mi respuesta.
“¿Entonces no quieres venir a mis brazos? Este cuerpo puede ser tuyo, solo tienes que acercarte a disfrutarlo.”
  El demonio se me acercó con sus tentadores movimientos. Comenzó a jugar conmigo igual que hizo con mis compañeros, solo que yo no respondí a sus sucios y repugnantes jueguecitos, al menos al principio.
  No nos vamos a engañar, era mí primera vez y la súcubo era una maestra de la seducción y del placer.
  Tras horas de gozo, terminamos exhaustos sobre los cadáveres de mis compañeros.
“¿Por qué sigues vivo?” me preguntó ella. Intentó drenar mi alma, y lo consiguió de hecho, pero no se puede drenar la infinidad. Mi alma formaba parte del vacío infinito. Lo que había drenado ella era uno de los incontables fragmentos que componían mi alma en su conjunto o, quizás, había absorbido la nada en la que se había convertido mi ser.
 “Porque un poder más grande me sedujo antes que tú” le contesté. No le oculté la verdad, no del todo.
-¿Qué clase de poder?
-Uno que solo tus maestros me pueden ofrecer.
-Entonces conviértete en un brujo. Yo te entrenaré.
  Sus palabras eran veneno, no me entrenaría, me utilizaría. Aun así, acepté su oferta. Si podía ofrecerme la forma de poder hablar con demonios, ¿qué importaba dejarme utilizar?
  Dicho y hecho, me fui de la academia lo más rápido que pude junto al súcubo a través del bosque. El maestro volvería pronto y no quería que me interrogara. Lo más fácil era volver a casa, esconder a la diablesa e inculpar al maestro de sacrificar a sus alumnos para alimentar a un poderoso demonio. Si mataban al maestro, los habitantes de Lunargenta creerían que podrían estar a salvo de nuevo.
  Mi plan resultó, la gente estaba totalmente convencida de que yo no era lo suficientemente poderoso como para invocar a un demonio y el maestro fue ejecutado por brujería. Eso me hizo pensar en el momento en el que intenté invocar al súcubo pero solo conseguí llegar al vacío: yo no era un hechicero fuerte ni nada parecido, por eso no pude invocar a la diablesa, en consecuencia permanecí en trance. Pero cuando absorbí la esencia vacía que impregnaba la nada, el poder de mi alma se incrementó y me permitió arrancar al súcubo de El Vacío Abisal, fue lo que me sacó de mi trance. Un humano o cualquier otro ser vivo que no hubiese sido capaz de hacer lo que hice yo aun seguiría en aquel lugar tétrico y vacío.
 Tras los eones que pasé en absoluta oscuridad es normal que mis días con mi súcubo, llamada Bryxia, se pasasen rápidamente. Ella me enseñaba a comunicarme con demonios menores, conocidos ahora como diablillos. A cambio de eso yo le vestía con ropas que estaban de moda entre las elfas de Lunargenta y la paseaba por las noches sin luna, cuando la oscuridad impedía que se diferenciara de una elfa normal y corriente a cierta distancia. Casi como una…novia.
  Por si eso fuera poco, ella también me ofrecía ciertas “cosas” que no eran capaces de hacerme otras mujeres. Supongo que es normal que quisiera pasar cada vez más tiempo con ella; pero, ¿cómo? Si me ausentaba podría ser que mis padres y mis compañeros de academia restantes dudaran de que el profesor hubiera sido el que sacrificó a sus alumnos, por lo que la cosa no podía ser.
  Por desgracia, las cosas no siempre suceden como uno desea. Tras meses de aprendizaje por parte de academia y súcubo por igual, mis compañeros de clase empezaron a rumorear que estaba saliendo con una “chica”. Una noche, me pillaron. Mis amigos me siguieron hasta el anochecer y se abalanzaron sobre la diablesa, pensando que era una amiga de clases.
  Sus ojos casi se salieron de sus órbitas cuando vieron que en realidad era un demonio.
  Eran ocho de mis queridos compañeros a los que tuve que incinerar y otro al que mi súcubo convirtió en un cascarón vacío. Los hechizos que me había enseñado eran eficaces y no tardaron en consumir a mis camaradas hasta reducirlos a un montón de cenizas.
-Vámonos de aquí.-Fueron mis últimas palabras dentro de la ciudad de Lunargenta.
  Me aislé lejos de la ciudad donde nadie pudiese encontrarme y donde ni los antárboles encantados ni los felinos sirvientes de los elfos me detectasen. No recuerdo exactamente donde.
  Pero ahora podía pasar más tiempo con Bryxia. Nuestro sueño de paz se cumplió y mi alma vacía parecía alejarse cada vez más de mi cuerpo cada vez más corrupto por el demonio.
  Me alimenté de los restos calcinados de mis víctimas, ya fuesen animales… o peregrinos.
  Finalmente, la historia sucedió como ya saben ustedes. Arthas invadió y destruyó Lunargenta, la guerra del mundo y demás cosas que no me importan lo más mínimo. Quizás lo que llamó un poco mi atención fue la aparición del gran Eredar que atacó el árbol del mundo, sin embargo no era ni de lejos tan poderoso como el ser al que yo buscaba.
  Todo terminó con Azeroth destrozado y lleno de brujos que cooperaban con la nueva horda. Con lo que pude volver a Lunargenta sin llamar la atención; mi familia y mis amigos habían sido asesinados, sin ellos pude convertirme en un elfo más.
 
  Ahora sé que la única forma que tengo de poder invocar a ese ente que pueda mandar mi cuerpo físico a otro plano es drenar el alma a una infinidad de seres. De momento me he apañado asesinando a los fanáticos de Azeroth porque a nadie le gustan los fanáticos, ¿verdad? Cruzados escarlatas, miembros del Culto de los Malditos, sacerdotes Auchenai, asesinos Defias, agentes del Martillo Crepuscular y demás. Creo que solo me gustan a mí. Lo más divertido que he hecho en mi vida (aparte del sexo con mi súcubo) ha sido torturarlos hasta que su voluntad se quebraba por completo. Los más fanáticos y luchadores son los cruzados escarlata, cuya fe en la luz es tan ciega que solo caen tras días de intensa tortura, es eso lo que lo hace tan divertido. Cuando pierden su fe en la luz, cuando saben que nada los va a salvar, cuando saben que no hay absolutamente nada que vele por ellos y enloquecen hasta tal punto que su mente se resquebraja por completo, siento una sensación de placer mucho mayor que la que puedo sentir con mi diablesa. Estoy seguro que es por su influencia demoníaca, pero estar corrupto es algo que me excita y corromper a un cruzado escarlata es un éxtasis, si a eso le sumo una vida bastante “activa” con mi demonio obtengo un placer extraordinario. Lo mejor de todo es que ya no me veo limitado por el tiempo.
  De momento solo llevo un centenar de almas (en su mayoría de dulces, dulces cruzados). Pero he pasado eones encerrado sin poder hacer absolutamente nada y sin compañía de nadie, la idea de pasar un par de milenios haciendo esto…

…no es algo que me disguste.
« Última modificación: 24 Mayo, 2015, 20:40:31 por Ragnaroc »



Ragnaroc

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Re:Septi el corrompido por la nada
« Respuesta #1 en: 18 Mayo, 2015, 19:13:18 »
Es la penúltima historia, ¡lo juro! Pero cuando empiezo a escribir no puedo parar, es algo que me apasiona tanto como el Wow y juntar las dos cosas es algo mágico. Sobretodo si escribo para mis pjs.