Parte 9: Ataque temporal
Después de que mi amor y los demás se marchasen, la caballera de la muerte, el brujo, el dragón, mi maestro y yo hemos tenido que viajar al antiguo Molino de Tarren en donde las sombras y el silencio consumen todo lo que hay dentro de ellos…. La capilla al fondo del pueblo está completamente vacía, las puertas de las casas están cerradas y en la calle tan solo hay un mago con el antiguo tabardo del Kirin’tor que parece más dormido que despierto. Alguien travieso tendría que estar en casita por lo que se ve.
-Taretha está en la taberna al lado del cementerio de la capilla.-Nos informa Erozion.
-Meil, quédate con Erozion a vigilar mientras nosotros vemos qué es lo que sucede.-Dice Septi.
-Como queráis.
-Los demás, conmigo.
El brujo se acerca a la taberna escoltado por mi maestro y por mí. Como en los viejos tiempos...
En una noche como esta, la luz parece que no vendrá en nuestro auxilio. Quizás sea culpa de la paranoia creada por la absoluta oscuridad y el inquietante silencio, pero de repente siento una turbadora mirada sobre mi hombro. Me invade un escalofrío de miedo, no quiero girarme, pero quizás lo que busque esté ahora justo detrás de mí.
Luz, dame fuerzas. Entrecierro los ojos y me giro.
Tan solo está el zahorí de Dalaran, observándome con unos ojos cristalinos e inhumanos por igual con una luz blanquecina y quebrada que brota de ellos.
-Lidian, no te quedes atrás, pequeña.-Me dice Ragnaroc y me da una palmadita en el hombro.
-Vale.-Justo cuando voy a comenzar a caminar, una tenebrosa voz me para.
-No interrumpiréis mis planes tan fácilmente, mortales.
Rápidamente me giro y desenfundo el arma. Ya demasiado tarde. Una ráfaga de arena impacta contra mí. El golpe abrasa mi piel y siento como aporrea brutalmente mis huesos… ¡tengo que aguantar! Con mi maestro al lado no puedo caer al primer golpe… no puedo caer… al primer… no…
Oscuridad y silencio. No como la noche, sino como un absoluto estado de calma.
-¡Mamá! ¡Papá! ¿Dónde estáis?- Los gritos de una niña de no más de cinco años se clavan en mis oídos antes de abrir los ojos.
A mí alrededor, los restos llameantes de una ciudad se extienden hasta donde alcanza la vista. No puede ser lo que creo que es. No. No. No. Simplemente no puede ser. ¿Qué ha pasado aquí?
-¡Este juego no tiene gracia!-Gime la misma niña que me despertó de mi inconsciencia. Es una pequeña elfa con la cara cubierta de hollín y lágrimas entremezcladas buscando a alguien entre las ruinas ardientes de un pueblo élfico. La escena me parte el corazón y mis ojos lagrimean también. Quiero ayudarla, pero no me muevo. Simplemente me quedo parada expectante, no sé por qué, quiero ver cómo termina todo esto.
La niña mira en mi dirección, pero parece que no puede verme, pero aun así, sus grandes ojos esmeraldas y llorosos se clavan en mi alma. Gracias a la luz, sigue buscándolos y gira la cabeza en la otra dirección.
Miro en la misma dirección que lo hace ella y contemplo con horror como en uno de los preciosos muros yace un elfo descuartizado y pegado a la pared con estacas de hueso. La plaga lo asesino brutalmente y tan solo quedan añicos de su armadura roja y manchada de sangre incrustada en sus músculos y huesos.
La niña se paró en seco. No. No. No. El corazón me da un vuelco.
-¡No lo hagas idiota!-Le grito con todas mis fuerzas, pero no me hace caso. La niña se acerca al cadáver como si sufriese de hipnosis. Cojo aire y vuelvo a gritar.- ¡Solo corre y no mires atrás, ahí no tienes nada que ver!
Salgo corriendo para agarrarla, y mis manos la atraviesan como si de un espejismo se tratase. La niña desliza sus diminutas manos al rostro del joven como si lo conociera.
-Mira por donde, una superviviente.- Un nigromante atraviesa mi cuerpo igual que lo hizo la niña.- No servirás como un soldado… pero seguro que servirá para las calderas de la peste.
La niña no puede contestar en estado de shock. El nigromante se acerca a la pobre niña. Aunque por más que lo intento, no puedo moverme de mi sitio ahora.
-¡Basta!-No lo aguanto más. Necesito salir de aquí.
-No la vas a tocar, maldito.
Un guardia de Lunargenta le asesina rápidamente por la espalda, con una puñalada limpia en el pulmón antes de que se acerque a la niña. Gracias a él mi corazón vuelve a su ritmo normal, pues a pesar de lo joven que parece y de su aparente inexperiencia, su mirada es digna de un veterano y su simple aura ya impone respeto. Por si fuera poco, el guardia lleva un tabardo negro con el icono de Lunargenta en rojo que me convence de que no es moco de pavo. Con él, estará a salvo.
-Ven niña, no querrás quedarte aquí.-El chico le tiene la mano. La niña duda. Está asustada.-Vamos, te llevaré a un lugar seguro.
-Pero…papá…-La pequeña gira la cabeza de nuevo hacia la cabeza cercenada del hombre clavado a la pared.
Sus palabras se me clavan en el corazón. Y al caballero también. Pero eso no le impide coger a la niña en brazos.
-Ven aquí, pequeña.-Le dice con suavidad mientras con sus manos le impide ver el cadáver colgado del muro.-Han hecho magia para engañarte, eso que ves ahí es una ilusión. Yo soy tu padre. Volvamos a casa.
La niña, en un alarde de inocencia, se abraza a él y llora de alivio. El elfo la acaricia y se marcha de espaldas al cadáver. Claro, la niña ha crecido rodeada de magia como la mayoría de altos elfos y el caballero se aprovecha de ello.
La lleva a lomos de su destrero hasta una ciudad mucho más grande y majestuosa (y yo me transporto mágicamente junto a él). En concreto, la lleva a una taberna escondida en la esquina del barrio más oscuro de Lunargenta. Hay borrachos por fuera, pero ignoran al caballero con la niña y a mí, así que no suponen un problema.
-¡Maestro, besugo! ¡Siempre te estás retrasando!-Gruñe un niño y le corta el paso antes de que pueda entrar. Es casi tan alto como el elfo que lleva a la niña, pero su cara infantil le delata. Debe de estar rondando los doce años.
-No llames a tu maestro besugo, melón.-El elfo le suelta un golpe en medio del cabezón de enano que tiene.
-¡Ay!
-Traigo a una invitada, y tienes que ser educado.-El elfo levanta a la pequeña que resulta haberse quedado dormida durante el trayecto. El niño la mira y suelta un bufido.
-No necesitas más aprendices, conmigo ya tienes suficiente, Ragnaroc.
-¡Tu no le das ordenes a tu maestro, melón! ¡Y no me llames por mi nombre de pila! Bueno, te voy avisando a ya: ha perdido a toda su familia y cree que soy su padre, trátala bien y no seas cruel con ella. Si no, te daré otro golpe.
El caballero se va a su habitación y deja a su aprendiz al cargo de la pequeña. El niño hace una mueca de asco y grita para que su maestro le pueda oír.
-¡Maestro! ¿En dónde va a dormir ella?
-Va a dormir en tu habitación.
-¿¡Qué!?
-¿Dónde…estoy?-Murmura la niña. Sin duda alguna, los gritos la han despertado. Ha pillado al aprendiz despistado.
-Pues… estás en… en… en tu nueva casa.-Tras sus palabras, todo se deshace y miles de imágenes pasan por delante de mis ojos. Horas, días, meses, pasan ante mis ojos en unos segundos. El maestro tiene acogidos a esos dos niños sin hogar como aprendices. Puedo descubrir que el aprendiz no tiene nombre a causa de un golpe en la cabeza que le hizo perder la memoria. Pero no ha supuesto trabas, él y la niña terminaron por considerarse hermanos entre ellos y a su maestro como si fuese un padre. Él a su vez les enseñó, les cuidó y les crió como si realmente fueran sus auténticos hijos… Todo pasa cada vez más rápido hasta que solo veo manchas en mi mente; muerte, fuego, luz, oscuridad. Finalmente, todo desaparece.
-¡Lidian!-Me grita una voz.
Cuando abro los ojos me encuentro acunada entre los brazos de Erozion. Su rostro parece aliviado. Aunque algo anda mal; de fondo los rugidos, las explosiones y el sonido del choque del metal.
-Menos mal.
-¿Qué ha pasado?
-Un dragón del vuelo infinito te ha lanzado una ilusión de tiempo, por suerte he sido capaz de disiparla antes de que tu mente viajara eternamente por épocas pasadas. Ahora mismo los demás están luchando contra el dragón.
-¡Estúpido dragón!
-Tranquila.-Grita Septi por encima de los rugidos.- ¡Este pequeñín ya es mío!
Me levanto. Todos están en pie, de frente a un dragón encadenado por unos grilletes de almas que le oprimen todo el cuerpo. Mi maestro está con ellos.
-Grrrrrrrr.-Farfulla el dragón.
-Bien hecho. Ahora podremos restaurar esta línea temporal. Yo puedo encargarme de rematarle
Erozion se acerca al dragón atemporal. El cuerpo del intemporal apenas es visible, pues su oscura piel se camufla en la absoluta oscuridad, solo le delatan las grietas grisáceas de su cuerpo.
Al pararse frente al preso, un destello cruza el aire. Justo después, Erozion cae al suelo.
-Tú descansa, dragón, del resto nos ocupamos nosotros.